Mi vida se apaga... mi vista se oscurece... sólo me quedan recuerdos. Recuerdos que evocan el pasado. Una época de caos, de sueños frustrados, éste páramo. Pero sobre todo, recuerdo al Guerrero de la Carretera, al hombre que llamábamos Max.
Para comprender quién era hay que retroceder a otros tiempos, cuando el mundo funcionaba a base del combustible negro, y de los desiertos surgían grandes ciudades de tuberías y acero.
Ciudades desaparecidas, barridas...
Por razones olvidadas hace largo tiempo, dos poderosas tribus guerreras se declararon la guerra, provocando un incendio que devoró a las ciudades. Sin combustible ya no eran nada. Construyeron una casa de paja. Las máquinas rugientes jadearon y se detuvieron.
Los líderes hablaron... y hablaron... y hablaron. Pero nada pudo detener la avalancha. El mundo se tambaleó. Las ciudades estallaron en un vendaval de pillaje, en una tormenta de miedo. Los hombres se comieron a los hombres.
Los caminos eran pesadillas interminables. Sólo sobrevivían los que se adaptaban a vivir de los desechos o eran tan brutales como para dedicarse al pillaje. Bandas de malhechores se adueñaron de las carreteras, listas para entablar combate por un tanque de gasolina.
Y en medio de este caos de ruina, los hombres normales sucumbían aplastados. Hombres como Max... el Guerrero Max... que con el tremendo rugido de una máquina lo perdió todo. Y se convirtió en un hombre vacío, un hombre quemado y sin ilusión. Un hombre que, obsesionado por los fantasmas de su pasado, se lanzó sin rumbo al páramo.
Y fue aquí, en este lugar desolado, donde aprendió a vivir de nuevo.
wiiii vamos guerrero!!
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